domingo, 19 de octubre de 2008

Lucía. Martín. Una historia.



Y Lucía corrió hacía el paseo marítimo. Necesitaba que el aire frío del mar le golpeara en la cara. Necesitaba sentir algo distinto al dolor por un instante. La pérdida de su novio hacía ya unos meses la había detenido en un punzante y doloroso estado en el que se encontraba tan perdida que era incapaz de ver más allá de la barrera de su depresión. Llevaba ya 3 meses en los que Lucía había dejado de sentir y solo existía. Los días pasaban y ella seguía viviendo pero nada más. Estaba tan vacía por dentro que ya ni recordaba que, hace unos meses, cuando estaba enamorada, cuando era una persona completa, había una Lucía con sueños y amor. Ahora solo había un ente vacío que había tomado su cuerpo para que fuese ninguneado. Pero aquella tarde, a las 8, su alma notó un ligero y repentino movimiento. Como si el aire susurrara suavemente su nombre, Lucía fijó sus ojos en el mar. Su cuerpo ya había iniciado el paso y, cuando se dió cuenta, ya estaba en el paseo, cara a cara con el mar, viendo como la luna acariciaba su piel, tan dejada en los últimos tiempos. La luz de la luna iluminó con intensidad a Lucía. Ella cerró los ojos y notó la luz reparadora. Dió unos pasos para dejar atrás la protección que le daba la iluminación anaranjada del paseo y se acercó al límite con la oscuridad. A su izquierda, una silla, en otra época del año asiento de los socorristas, pero en ese otoño estaba abandonada a su suerte. El mar ya había empezado a intimar con ella y bañaba constantemente sus píes con su constante y rítmico baibén de olas. Lucía se acercó a ella y tocó la madera. Sin pensarlo, se subió y se sentó en ella. Hacía frío, pero eso le daba totalmente igual a Lucía. Cerró los ojos durante un segundo para dejar que el viento del mar le siguiera abrazando. Volvió a abrir los ojos y miró fijamente la luna. Ésta le devolvió la mirada. Y, por un momento, le pareció notar a Martín. El motivo de su pena, que parecía eterna, parecía estar a su lado. Seguro que siempre lo ha estado, pero en aquel momento y en aquel lugar, el que tantas veces han disfrutado, su recuerdo era tan intenso como la fuerza con la que el mar se hacía notar a los píes de la silla. Una ligera pero sincera sonrisa se abrió paso entre la pena, que había pasado por varias fases hasta establecerse como una constante en Lucía, y recibió aquel paisaje, aquella sensación. Un recuerdo que, por primera vez, dejó de hacer daño. Y allí, durante unas horas, Lucía empezó a recordar que tenía una vida con la que tenía que seguir. Tal vez fuera hora de continuar.

2 palabras:

Niñooooo...y tu libro "pa" cuando??????

¡Qué exagerada mujer! Aunque con el libro ya he comenzado. Ahora se trata de ser persistente y llegar al final. Besos.