lunes, 30 de noviembre de 2009

El amor está demasiado sobrevalorado.

La noche ya lleva un buen rato acariciando mi ser. A oscuras en una desangelada e impersonal habitación de un hotel cualquiera, miro por la ventana las parpadeantes luces de la ciudad, de una ciudad que prosigue su rumbo por el camino de la historia pasando por alto a este ser perdido. Una conexión wi-fi y mi portátil. La música sonando a un volumén que suena a porcelana. Una canción, cuya letra olvido pero que su melodía es la que necesito, es mi compañera por este viaje emocional. Aprovecho esta estancia, la estampa delante de mí, la música que necesita este momento y dejo que mi inspiración atraviese mi ser y se manifieste en mis dedos que empiezan a teclear: el amor está demasiado sobrevalorado.

Sí, sigo herido, herido de amor, y acabo de presenciar una dosis tan edulcorada de amor fingido que he tenido que vomitar. Yo, antes defensor a ultranza del amor eterno, ahora solo creo en el momento presente. No hay finales felices más allá del punto final de una historia. Al final me han convencido a base de hostias y experiencia que los finales felices son cosas de cuentos de hadas con moralinas infames que nadie aplica. Ahora, con creer en finales agridulces, me doy por satisfecho. Acabo de presenciar una manifestación de amor tan elegante como vacía. Una boda de ensueño a base de manifestaciones de amor con ritmos borrachos y brindis con cava sin burbujas ni alma. Ni siquiera mi recien descubierta afición a la bebida sirve como vía de escape ante semejante celebración del amor hortera envuelto en un papel de etiqueta de todo a un euro y con un lazo de falsedad que hacen que el regalo tenga el envoltorio perfecto y un contenido vacuo.

Sí, lo reconozco. El amor está demasiado sobrevalorado. Es más, lo afirmo.

Ahora, en algún punto indefinido de las luces parpadeantes, esos amantes convertidos hoy en matrimonio estarán haciendo uso de su amor en cuerpo porque el alma estará pensando en otros amantes, otros lugares y otras posturas más satisfacorias, pero para qué buscar el verdadero amor cuando tenemos uno gratuito al que engañar y usar en nuestra mano o nuestro sexo. Dos personas cuya foto deberían aparecer al lado de la definición de casquivan@ comienzan con su obra de teatro, con el gran papel de su vida. Una función mal orquestada carente de sentido y empeño y, por supuesto, amor. Pero sube el telón y no hay ya vuelta atrás, sino errores a obviar.

El amor está muy sobrevalorado escriben mis dedos de nuevo, cada vez con más rabia pero cada vez más concencidos de lo que escriben. Lo tratamos muy a la ligera cuando nuestros labios lo pronuncian con total convencimiento pero con ausencia de sentido.

Dejo de escribir mientras mi mente pone voz en off a la imagen que ven mis ojos: esa ciudad oscura, con luces artificales que alumbran vidas artificiales. El amor está demasiado sobrevalorado. Me pregunto qué fue de aquel chaval que vivía en mi interior y que creía en el amor y en los finales felices. Si todavía sigue viendo como la hemorragia de sangre que sale de su herido corazón se ha detenido o, finalmente, se ha dejado llevar con la vida de la sangre que alcanza la libertad. Mejor para él. Espero que en ese nuevo lugar en el que está, el amor sea tan puro como lo era su corazón. Su versión en el presente dejó de creer en el amor hace mucho tiempo ya. Con vivir, ya tiene bastante.

Guardo el documento y apago el ordenador, que se lleva la música consigo. Cierro la tapa pero me quedo mirando por la ventana como si de un estado hipnótico se tratara. Mi corazón anda demasiado herido todavía como para pensar en descansar. Mi cuerpo ya es inmune al amor embotellado que ha bebido. Por eso, pongo el piloto automático del cerebro y que sea él el que me lleve a un nuevo rumbo a algún lugar perdido entre las luces parpadeantes. Algo que me haga escapar del amor. Y es que lo repito y repito cada vez más convencido: el amor está demasiado sobrevalorado.