martes, 17 de febrero de 2009

Punto y aparte.

Subió la ventana y dio la bienvenida al nuevo día. Soleado y de sol radiante, Juan decidió que era ya momento de dejarse de inútiles obsesiones que no le dejaban continuar y esbozar su sonrisa más sincera. Dejó caer el lastre de las malas experiencias y se quedó con lo que realmente importa, las enseñanzas.

Se vistió rápidamente. Quería aprovechar al máximo las horas de ese sol que recargaba de energía a todo aquel que se dejaba impregnar por su vitalidad. Aquel día Juan se sentía diferente. Su risa era contagiosa y su mal humor habitual dejaba de estar operativo y una alegría desbordante empujaba a todas sus celulas con tal de salir y envolver a Juan. Era una sensación extraña pero placentera, insólita pero deliciosa. Después de tanto tiempo en la oscuridad del alma, la luz empezaba a regar aquellas ruinas emocionales. Donde antes había cenizas, ahora empezaba a haber pequeños brotes de vida. Tal vez, pensó Juan, es momento de que empiece a andar. Y con aquella sonrisa tan agradable, Juan salió de su casa a ese mundo que ahora empezaba a despertar.