martes, 17 de febrero de 2009

La obsesión es la forma que tiene nuestra cabeza de putearnos más.

Subió el volumen para escuchar a todo trapo aquella canción tan comercial como impersonal. Prefería escuchar aquella sucesión de golpes atronadores que intentaban desesperadamente conformar una melodía. Lo que fuese con tal de no escuchar sus pensamientos. Aquel día Jaume estaba especialmente bajo de moral. Tenía todo lo que le hacía falta para escribir su novela, pero las palabras no salían. Y lo peor es que estaban haciéndole daño agolpadas detrás de su ser. Notaba ese dolor pero no sabía por qué se hacía tanto daño. Supongo que era por su naturaleza autodestructiva. Él se encargaba de destrozar vilmente cualquier cosa que podía salirle bien para luego sentirse un miserable. Antes culpaba a los demás. Era la salida fácil, la puerta de salida de la culpa, pero ahora ya no había más vuelta de hoja. El culpable de su miserabilidad era él mismo. Única y exclusivamente él mismo. Afortunadamente se dio cuenta no demasiado tarde y el psicólogo le dio las suficientes dosis de drogas como para tenerlo controlado y no cometer ninguna locura más. Ya había hecho unas cuantas antes pero prefería machacarse él mismo un poco más. Sabía que su parte coherente no le plantaría cara pues las amenazas y palizas que había sufrido una y otra vez la habían hecho huir y esconderse en busca de amparo y protección. La locura y la enfermedad habían empezado a campar por sus anchas en aquel terreno cenagoso y oscuro de la mente. Y ahí estaba Jaume, sentado en su cómoda silla de cuero y mirando fijamente aquella pantalla de 22”, prodigio de las nuevas tecnologías, con todas las últimas prestaciones y una imagen tan definida que parecía la realidad enmarcada, sin poder escribir nada. Las palabras que herían, las silabas que cortaban como cuchillas afiladas, las frases que quemaban como el fuego eterno y los párrafos cargados de veneno no salían de aquel entorno desolado. La única vía de escape de la depresión que tenía Jaume era huir. Entregarse a aquellos golpes arrítmico llamados música comercial y no pensar. Solo quería dejar que el ataque de sus palabras cesase una vez más. Sabía como controlar esos ataques. Cerraba los ojos y esperaba a que su respiración se controlase y una capa abundante de olvido caería sobre aquellas palabras guerrilleras hasta que se replegasen de nuevo en busca de un nuevo ataque en esa batalla eterna que Jaume tenía con algo que era parte de él por mucho que él se negase. Una batalla épica entre el lado bueno y el malo de Jaume. Una balanza que antaño iba de un lado a otro pero que ahora parece inclinarse por un lado ganador. Solo tenía que esperar hasta la siguiente toma de sus dosis de calmantes y antidepresivos y dejar que surgieran efecto para poder olvidarse de nuevo del mundo por un rato. La melodía, por llamarla de alguna manera, empezaba a ser agradable a la escucha lo que significaba que el olvido rociado había calmado a los contendientes de la batalla. Olvido, solo necesitaba eso, olvido, que el mundo se olvidase de Jaume y Jaume se olvidase del mundo. Tan solo, olvido eterno.