jueves, 13 de noviembre de 2008

Marc tenía un problema: era un hombre sin sueños.

Marc era un chaval jóven, guapete, de aspecto sanote y con aires de ganador. Pero Marc tenía un secreto, algo que si lo utilizase en un contexto más allá de su propia existencia, lo podría dejar bastante tocado. Y lo peor es que lo sabía pero era incapaz de reaccionar. Tampoco quería. Estaba demasiado comodo con todo su orden dentro de aquella burbuja reducida que componía su mundo. Y es que, detrás de su disfrazada personalidad vacía, se encontraba la esencia del problema, el quid de la cuestión: Marc era un hombre sin sueños. No sabía por qué. No sabía si era porque en realidad no tenía personalidad y su vida se moldeaba a base de meneos en la arcilla de su existencia que los demás daban sin ningún tipo de delicadeza o era porque estaba demasiado comodo dentro de su burbuja pero lo cierto es que Marc no tenía un sueño que seguir, un dorado que alcanzar. No prestó mucha atención a eso hasta que veía que todo su entorno se iba vaciando y todos sus amigos se embarcaban en la aventura en busca de su sueño. Entonces Marc miró a su alrededor y vió su mundo. De repente, ese sofá en el que se sentaba a descansar era distinto. El color marrón no era el marrón habitual. Era diferente. Como si hubiese perdido brillo. Su mesa color roble también desprendía otro color. Su ordenador Mac negro reluciente también palidecía de lo mismo: no era tan reluciente como siempre. Algo raro estaba fallando en el mundo de Marc. Entonces, el escalofrío más escalofriante recorrió de arriba a abajo el cuerpo del joven y éste cayó en la respuesta a sus preguntas, las cuales hacía mucho tiempo que se negaba: no tengo sueños. 3 palabras solamente hicieron falta para ponerle nombre al miedo más grande de Marc. 3 simples vocablos que encerraban todo un mundo desconocido al cual Marc temía hasta el punto de provocarle sudores fríos y taquicardias. Si no tengo sueños, ¿qué me queda?. La respuesta era nada. Tras el agobio inicial y gastando prácticamente todas sus fuerzas para poder controlar aquella emoción que hacía fuerzas para extenderse por todo el habitáculo encerrado en la burbuja, se paró a pensar en qué hacer. Se dejó caer en el sofá de color marrón sin vida y allí contuvo a su mente, que estaba a punto de explotar de tanta actividad. ¿Qué hacer? La respuesta no iba a ser inmediata porque uno no se crea un sueño con la misma facilidad con la que estos se destruyen. No había una respuesta para cada pregunta. Al menos, ésta no lo tenía a corto plazo. Debía buscar algo por lo que seguir, de hacer que su burbuja creciera, se alimentase, que ese vacio en su mente que le ardía solo con el recuerdo se llenase para encontrar algo por lo que luchar, para conseguir cierta paz. Buscar un sueño, un camino que tomar, una meta a la que llegar. Son tan bonitos los sueños cuando los tienes y tan duro cuando éstos desaparecen. Y Marc se quedó pensando en que tal vez los sueños de verdad, los que son escritos para nosotros como aquella estrella del cielo estrellado que sobresale por encima de las demás, vienen a nosotros como nosotros a ellas. Tal vez el sueño está delante de nosotros y no lo vemos pues lo sepultamos con otros sueños más espectaculares que desvirtuamos en nuestra cabeza. Tal vez no te hace falta viajar a Paris porque tu mundo es todo cuanto necesitas para hacer feliz. Tal vez no necesites una pluma Mont Blanc para escribir las líneas más bellas sino que con una pluma cualquiera puedes llegar más allá. Los sueños vienen y van, pero lo peligroso es cuando van y no vienen. Marc se quedó sentado en su sofá pensando en qué hacer. La decisión que tomó se encuentra fuera del relato.